14 de mayo de 2010

La niña

La niña descansaba pared en el pecho rostro helado, iba cambiando cuando el muro helado alcanzaba la temperatura de su cuerpo. En los pies, las baldosas tipo ajedrez se revelaban una a una como peligro de perder el juego. Una negra dos blancas, sin pisar las líneas, una negra dos blancas y en las esquinas tres negras, o si se aburría hacer la L que hace el caballo, convertirse en alfil o en torre, o en la reina de significado libertad. Y luego estirarse en ellas y sentir el frío inacabable a través de su vestido blanco y rojo, amarrado con pequeñas cintas y rosas que, un poco largas dejaban, muy a menudo descubierto el hombro blanco, helado también frágil, como las mejillas rosadas congeladas casi como quemadas por el hielo.
Afuera del pasillo el sol, el pavimento ardiente mostraba lagunas imaginarias, la cancha de basketball marcada, viejas tizas, las bancas que mostraban su viejo color verde bajo el desteñido azul, corroído por las lluvias.
La niña esperaba mirando a través de las ventanas carmelitas, góticas en su mayoría, en silencio sepulcral el pasillo, sólo ciertos sonidos de pasos indiferentes, extraños, lejanos que seguramente no tomaban en cuenta la gracia escondida de tablero tamaño gigante, del suelo que raspaban los tacones. Múltiples pinturas tipo gigantografías, se mostraban cual galería, de distintos santos con expresión dolorida o cálida, pero siempre con niños alrededor o pequeños querubines de sexo indiferente. La niña las miraba detalle a detalle imaginando la historia que llevaba a tal hecho. La verdad es que sabía desde que entró a ese reciento las historias de estos santos, pero prefería imaginarlo, pararse en la barandilla de las ventanas para mirar de frente al cuadro y pensar en su destino trágico, su muerte dolorosa cuadro a cuadro, su impacto al saber que su inspiración en la santidad no tenía fundamento. No es que la niña creyera realmente eso, pero mientras más trágico el destino del protagonista, más línea argumental a desarrollar, y ese era su juego favorito, situar a otros en situaciones inverosímiles y sacarlos de ahí, ya sea en el triunfo, ya sea en la derrota, ya sea en la amargura o en la muerte.
La niña se cuidaba de contar esto a los mayores, sabía que había algo misterioso y oscuro en sus pensamientos, pero aún no lograba encontrar el porqué. Amaba por lo mismo los lugares solitarios, oscuros y con muchas figuras religiosas. En la pequeña capilla podía dejarse llevar, e incluso a veces se tendía sobre la alfombra roja que estaba alrededor del altar, en la que probablemente tenía algún hueso de santo, para que así el altar valiera la pena como tal. Eso la intrigaba ¿cuál era su historia?, ¿cómo era posible que, en nombre de la fe se desmembrara un cuerpo sagrado en pequeñas reliquias vendedoras de salvación? Los mayores tenían problemas, si yo fuera el santo y creyera en la salvación eterna querría , para el día del juicio final, tener muy pero muy juntitos mis huesos y así despertar sin problemas y no tener que ir en viaje intercontinental a buscar lo que fue tan mío algún día, pensaba la niña. Las ventanas de la capilla daban a un jardín donde los rosales eran enormes y las imágenes religiosas que se erigían en piedra blanca, eran tocadas con gentileza por los rayos de sol a través de las parras. La niña se sentía en un mundo mágico, no así cuando el sacerdote estaba ahí con sus comensales, esa voz que condenaba pecados y aleccionaba no podía ser tan amable, algo había oculto, la niña era muy perspicaz y notaba esto y mucho más.
Pero por ahora el colegio parecía pertenecerle, los padres en reunión y ella sola esperando, corría mientras la brisa que producía su propio movimiento levantaba el vuelo y mostraba poco a poco el nacimiento de los muslos, cualidades femeninas que ella no reconocía, por lo mismo no tenía el decoro de guardar. Como sucedía con sus amigas siempre jugando colgándose de los aros de la escuela sin fijarse en lo peligroso de la acción hasta que un adulto precavido explicaba, que había que comportarse como “señorita”. El concepto en si no lo comprendía sólo sabía que involucraba la incomodidad y el poco movimiento, mientras menos te mueves más señorita eres, ese era el precepto, y ella lo seguía a cabalidad en tanto sus padres la miraran. Y seguía con precisión el no comentar sus sueños y pequeñas narraciones, ni con adultos ni con niños. Aprendió con los años que los niños son crueles, lo diferente o leo extraño los asusta y así siempre era cuando contaba algún secreto, las burlas sobrevenían siempre. Y a pesar que no le gustaba el rosa o las barbies prefería decir que disfrutaba de jugar a la familia feliz, pues era mucho más complicado reconocer a sus amigas que prefería mirar por centésima vez el libro en que salía la leyenda del pez dorado, y que para llegar a la página correcta tenía que mirar la narración que tanto la atemorizaba de la página anterior, aquella en el dragón que separaba a los amantes, con la muerte y la sangre.
Eso sí que era complicado, por lo mismo comenzó por fingir un poquito y cuando se dio cuenta ya no podía ser ella misma sino completamente en soledad, entonces comenzó a preferirla. Por lo mismo siguió caminando hasta el comedor vacío donde antes había tanto movimiento y color, que ahora era perfecto para seguir jugando, mirar como las mesas se transforman en enormes barcas y las sillas en salvavidas o remos, como la líder de la expedición vikinga siempre sería ella y como el viento no podía impedir que llevara vestido con orgullo, porque no hay nada más cómodo que una falda o un vestido, con casco y cachos, y un hacha por supuesto.
Luego siguió caminando hasta el gimnasio, las altas barras que siempre la superaron, la colchoneta enorme, la barra de equilibrio ya no se veían tan amenazadoras, eran objetos gentiles, sin la presencia de la masa dominante de niñas bien equipadas y dotadas en lo deportivo. Así opinó que lo mejor era jugar un rato y seguir de largo, no le incomodaba, en cualquier caso, sacar sus zapatillas y calcetines blancos con volados para así sentir la madera, flexible especialmente hecha para correr y saltar, para golpearse una y otra vez y no sentir lo duro que es el piso.
Al salir al pasillo a niña recordó un acontecimiento acaecido hace pocos meses en el lugar. Había un juego que ella soñaba con jugar, pero nunca se atrevía, "el caballito de bronce", nombre particular que nunca comprendió: trataba de algunas niñas que agachadas y tomadas en firme unión con la que iba frente a ella, recibían sobre sus espaldas a otras niñas que saltaban como si estuvieran en un caballete; ella como siempre disfrutaba mirando el juego, pero temía hacer el ridículo si se unía por su poca fuerza física y vigor y se abstenía de hacer cualquier cosa, por lo mismo en ese momento se instalaba en la ventana, y sonreía tranquila al ver las risas y comentarios de sus compañeras, cuando una de ellas decidió lanzase con todo, gran fuerza en la ejecución, perfecto salto, pero la coordinación de las otras no pareció tan perfecta, el equilibrio se perdió y la cadena se desplomó con fuerza, dejando la mano de la ejecutante en la el vidrio recién reventado por el codo de otra. La multitud palideció, los gritos alocados llenaron el lugar, el llanto, la mano atravesada por el cristal, la sangre, lo adultos que corrían. Y la niña, que no tenía miedo, que más allá del miedo miraba interesada más que nunca, el asunto era interesante, incluso divertido, pero se cuidó de no revelar estas palabras. Se cuidó de no reír, se cuidó de preguntar porque corrían y no se ocupaban de arreglar el asunto, o no se ocupaba de ver lo hermoso que era el cristal roto en vez del completo.
La compañera ahora estaba bien aunque con reposo de la mano por un tiempo, todas se turnaban para escribir en su cuaderno, incluso ella, y así el incidente había terminado. Dejando un tembloroso sentimiento en su corazón… un sentimiento sólo eso.
Siguió caminando hasta el camarín, lugar alejado y silencioso que solía estar bajo llave, pero esta vez no era así, abrió poco a poco la reja corrediza subiendo los peldaños lentamente como temiendo encontrarse con un ser misterioso, pero no había nada. Solo el olor a cloro y detergente de fin de semana cuando no se encontraba el bullicio habitual, la mallas azules dejadas al olvido, los bolsos abiertos con confianza de que al volver se podía mirar y encontrar todo en su lugar, los secretos de las mayores con los jóvenes del colegio masculino e incluso las pequeñas cartas, que algunas no querían las demás vieran, mientras las dejaban con cuidado en las mochilas de sus compañeras, que sin temor al prejuicio y sin saber que esto era pecado verdadero, se escondían unos minutos atrasándose para la siguiente clase, en una de la duchas correderas, tomadas de las manos e incluso de algo más.
Pero todo esto le era casi ajeno, ella imaginaba y unía los puntos en la historia pero jamás era la protagonista más que en su imaginación, no más que en este día, parecía tan quieto y angustioso, ese día la bondad de la luz no la alcanzaba, misteriosamente.
Mirando la pared posterior del camarín vio por primera vez una pequeña puerta entreabierta desde la cual los colores anaranjados de sus pasillos parecían relucir por el sol. Poco a poco la niña se atrevió a acercarse, lentamente y abrirla completamente, las columnas de estilo carmelita parecían llevar a la parte prohibida para ellas, el convento que existía en un lado. Impactada por la cálida sensación del lugar, la niña decidió sentarse y meditar, pero el cansancio del juego hizo que sus ojos lentamente se cerraran, y el sol le dio manto ideal y luego de unos minutos de infructuosas cavilaciones su mente se alejó para caer en sueño profundo.
Minutos pasaron, horas pasaron mientras la niña sentía el calor de la tarde, pero pronto los rayos que caían graciosamente sobre sus hombros desaparecieron dejando a l ocaso en su lugar, y adivinando el frio, la niña abrió sus ojos para encontrarse con una película azul, que lo llenaba todo. Desesperada busco la puerta de salida más ya estaba cerrada con llave, se preguntó levemente quien podría haberla cerrado sin despertarla, pero en el momento una escalera en forma de caracol ascendía en dirección al techo. Y a una salida probable.
La niña sintió que un escalofrió recorría su espalda, la confianza y seguridad que sentía en la soledad se fue apagando y dio paso al caos y al temor, decidió correr escalera arriba, a pesar de los golpes fuertes que sintió en algún lugar y llegando hasta el tope de la escalera, vio una puerta entreabierta y salió a techo de la escuela, estrellas por montones, el cinturón de Orión, o las tres Marías como su nombre, la calidez conocida de las noches de verano, y un poco de brisa, por eso hubiese deseado llevar con ella un chaleco. Desde ahí la visión del patio, la luces de las salas, a lo lejos las puertas conocidas, y al fin y al cabo las caras de sus padres dentro de la sala saliendo de reunión. El alivio la embargó, desde ahí podría gritarles que la ayudaran, que se encontraba sin salida, y su madre la retaría un poco antes de darle un beso y enviarla a dormir segura y caliente en su casa.
Pero en ese momento descubrió con el rabillo del ojo una sombra abajo acostada, recostada en una banca, una figura humana, la figura de una niña, algo en ella la molestaba, no parecía llevar nada sobre ella, parecía estar desnuda, con seguridad estaba desnuda. El extraño caso le llamó la atención acercándose por la cornisa hasta el lugar poco a poco con miedo y ansiedad, la niña de la banca no se movía, y es más el color de su piel era cada vez más rojo … la verdad es que el color no era de la piel, sino la falta de esta, en cada centímetro del cuerpo de la segunda niña. La falta completa de piel, un cuerpo convertido en músculo y sangre.
Palideciendo la niña no supo que hacer ni que pensar, se dedicó a tratar de no respirar de no hacer movimiento alguno como si eso detuviera el tiempo para pensar, para anular, para omitir, o devolverlo. Cuando por fin comprendió el miedo real sus piernas sin fuerza temblaban así como sus manos y su boca, en una visión sin consuelo, un final desgarrador y trágico, el horror visto en vivo y en directo. Y luego el ruido. Y luego el sudor.
Caminando hacia ella una sombra, que cada vez era más clara, entonces el hombre y luego el negro.








Silencio, la niña pide silencio para despertar, la niña se lanza del tejado, la niña se eleva.








-¡Despierta!
Pesadilla recurrente, humedad y falta de respiración, miro la cama mojada por el sudor, y pienso en la niña, definitivamente después de la primera vez, ya no hay manera de volver atrás.
El reencuentro con el horror tuvo lugar muchas veces más que ésta, pero ella la más significativa, pues al otro día al volver a la escuela la niña de la banca, ahora en su piel y con normalidad sentada y callada era abrazada por la multitud de compañeras, mientras se le informaba con dificultad que su padre había muerto, pues para una pequeña la muerte era un concepto inimaginable. Es decir, para todas las niñas lo era menos para aquella en el vestido blanco y rojo con las mejillas ardientes.

1 comentario:

BAUQ dijo...

soñe con la niña...